La leyenda de la flor del mburucuyá, también conocida como la flor de la pasión (Passiflora caerulea), proviene de la cultura guaraní, y cuenta una historia de amor trágico.
Hace mucho tiempo, en una aldea guaraní, vivía una joven llamada Morotí, de extraordinaria belleza y bondad. Ella estaba enamorada de un joven guerrero llamado Pytã. Sin embargo, su amor era imposible, ya que Pytã pertenecía a una tribu enemiga. A pesar de la oposición de sus pueblos, ambos jóvenes continuaron viéndose en secreto, jurándose amor eterno.
Un día, mientras se encontraban a orillas del río, fueron descubiertos por los guerreros de la tribu de Morotí. En un acto de venganza, capturaron a Pytã y lo condenaron a muerte. Morotí, desesperada, intentó liberar a su amado, pero fue detenida por su propia gente. Viendo que no podía salvarlo, decidió escapar al monte y, entre llantos, pidió a los dioses que transformaran su dolor en algo hermoso.
Los dioses, conmovidos por su sufrimiento, la convirtieron en una planta que comenzó a trepar por el lugar donde Pytã había sido ejecutado. Al llegar la primavera, esa planta dio lugar a una flor única y bella, la flor del mburucuyá, que desde entonces es símbolo del amor eterno y el sacrificio.
Cada parte de la flor simboliza algo en la tradición cristiana que llegó luego: los cinco pétalos y cinco sépalos representan los diez apóstoles (excepto Judas y Pedro), y las espinas son la corona de Cristo. Así, la flor también tiene un significado religioso en la fe cristiana, aunque la leyenda guaraní es la que le otorga su profundo sentido de amor y tragedia.